miércoles

There's no scape

Las p a l a b r a s penetraban por sus oídos y se clavaban como cuchillos afilados en su memoria y en su mente. Esas frases lamidas por el fuego recorrían su cuerpo, la hacían sentir pequeña. La asfixiaban. Sentía la falta del oxígeno en sus agónicos pulmones y la indignación y desolación que le producían aquellos sonidos. Una amarga explosión se hizo paso por su garganta y ascendió hasta llegar a los ojos. Las lágrimas empezaban a acumularse en sus ojos, y no podía evitarlo. El dolor no podía dejarla indiferente. No entendía toda aquella crueldad.

Sintió las lágrimas correr por sus mejillas calientes, y cómo se empezaban a hinchar sus ojos a medida que dejaba rienda suelta a sus sentimientos. Los sollozos quebraron el silencio y se tapó los oídos con las manos.

No te dejaremos salir —por mucho que presionara con fuerza sus oídos, aquella voz no dejaba de interrumpir sus pensamientos. Era feroz, ansiosa y salvaje, descontrolada. Peligrosa. Surgía de la nada y se extendía en la oscuridad, reptando silenciosamente por las altas paredes hasta llegar a ella. Como una ágil a r a ñ a , se entrometía en sus pensamientos y gritaba bien fuerte.

Y sentía miedo.

La chica empezó a temblar, deseando que todo fuera una realidad distorsionada. Que lo que sus tímpanos oían no era más que una alucinación, que lo que sus lágrimas lloraban fueran sacadas de su simple imaginación. Que todo aquel dolor fuera algo perdido en un sueño, en otro lugar distinto.

Pero no lo era. Ella abría los ojos, y volvía a verlo.

El miedo entre la oscuridad. Unos ojos ocultos entre las sombras, un brillo rojizo apenas visible. Pero ella lo notaba en cada célula de su piel, lo sentía a su lado. Tan cerca que podría haberlo tocado… De hecho, él ya lo hacía. La abrasaba de frío, la congelaba de impotencia. A una dulce condena que sólo ella podía observar sin poder actuar.

No… —la chica intentó hablar, pero fue imposible. Los sollozos la cubrían por completo y ahogaban su frágil voz, rota de tanto gritar. Era inútil. No podría escapar nunca de aquella prisión; aquella prisión que ella misma se había creado sin siquiera saberlo. Inconscientemente había jugado con su propia mente, había creado su propio mundo en su cabeza que ahora la tenía presa. Nada podía liberarla de aquellas cadenas invisibles, de aquel delirio infinito que la seguiría hasta la muerte. Sus fantasías se habían vuelto en su peor pesadilla, y no albergaban ningún tipo de salvación. Estaba loca. Y esa demencia la estaba torturando de aquella manera.

No es más que un sueño, no es más que un sueño ¡Todo está en mi cabeza!

—¿En tu cabeza, dices? ¡Qué morbosidad! —la voz rió con ganas. —¡Te torturas a ti misma!

La chica gritó, intentó escapar de ella misma. Pero no podía. Aquel castillo que había creado tiempo atrás se estaba desmoronando. Tan sólo quedaba un pequeño muro en su mente, protegiéndole de sus miedos. Y ahora ellos mismos se revelaban, le plantaban cara destrozando sus propias fronteras, hundiéndola cada vez más en su propia locura.

Y ella había aprendido algo en su corta vida; se podía escapar de cualquiera, menos de uno mismo.

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